20110530

Anécdotas entre naranjos

Se cae la tarde lentamente
al tropezar por mirarte embobada,
al perder el sentido evadida,
al sentirse prisionera
entre estos alambres.

Ha llegado ya al suelo,
y me sigue contando sus sueños,
donde el hombre no se mata
y marcan el ritmo los aguaceros.

Se levantan las estrellas,
y acuden al nido de su cabeza
un puñado verde de pajaritos.
El mío se refugia en su boca.

Si se atreve a decirme "te quiero",
la callo con lo primero
que tengo a mano, que no es dinero,
ni brilla, ni reluce, ni está seco.

Me coge de la mano y con un suspiro
le recuerdo que su chico le espera
con los brazos abiertos y la confianza
cegada por las largas de un coche amigo.

Nos despedimos, y la acompañan
a su casa cinco luciérnagas.
Yo, vuelvo a mi ciénaga acompañado
del recuerdo desconcertante,
desconcertante y delicado.